jueves, 27 de marzo de 2008

Aquella solitaria vaca...

(Payasada cortesía de Nik, diario La Nación)


Hoy comí el último bife con ensalada de la temporada. O al menos eso parece.
Eso fue después de volver de un práctico interrumpido por un muchacho del uniTE que llamaba a todos a cacerolear en contra de la presidenta. Y la verdad yo de eso no entiendo nada. Se armó flor de debate entre un par de los que estaban en mi comisión y yo miraba todo con mis ojitos de novata desde el asiento que compartía con uno de los tantos perros callejeros que viven en mi facu.
Yo no sé, pero cuando pido que alguien me explique me siento casi igual que cuando se me ocurrió preguntar de donde venían los bebés.
Todavía no terminé de entender por qué marché el domingo y el lunes pasado en La Plata y Capital respectivamente y ya me las tengo que rebuscar para tomar posición respecto a la gente que salió a golpear cacerolas ayer a la noche.
¿No entienden que algunos de nosotros dormimos a esa hora? En mi caso, Morfeo se había apoderado de mí a las siete de la tarde y no me soltó hasta la mañana siguiente así que me enteré de casualidad de los incidentes de esta gente bien con los muchachotes de D'Elía.

Igual sigo sin entender, y la gente no me ayuda, vio ya no sé sabe quién es quién:
"Esta mina no es argentina"
"Ustedes no son el campo"
"Aquellos no son el pueblo"

A mí en el colegio me enseñaron que argentinos eran los que nacían en Argentina y que el pueblo éramos todos. Y que el campo, eran extensiones de tierra donde crecía pastito para los bichos o lechugas o rabanitos o choclos o girasoles... o soja.
Y ahora resulta que hay gente que cree que sabe tanto como para decir qué es cada quién. Pero bueno, acá ya entramos en el tema de creerse que uno se las sabe todas y la humildad y todo eso. Y Cristina no será un ejemplo de humildad, pero tampoco lo son los payasos que vi exponiendo sus ideas por la web como si fuera la verdad absoluta... lo de siempre, se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio (bueh, le pasa a todo el mundo)
A todo esto, no sé de qué lado ponerme. ¿De los productores que chillan en contra de las retenciones para así venderme un bife a precio euro? ¿O de esa señora con un revoque más espeso que el de la pared de mi pieza que tiene carteras que valen más de lo que ganan los del campo en un mes? Bueh, ni que mi postura fuera a influir en algo...
Ma sí, me parece que me dejo de hinchar y apoyo al primero que me lo pida. Quién sabe, capaz hasta ligo un chori con coca gratis...

domingo, 16 de marzo de 2008

Desde chiquita que flasheaba...

Qué cuento malo, pero me cagué de la risa leyéndolo... Lo escribí a los trece o catorce, creo...
Como decididamente este coso no puede ni va a ser confesionario público, lo voy a convertir en panel de corcho cibernético para colgar todas las estupideces que fui acumulando.
(Ah, por cierto, nunca tuve un panel de corcho en mi cuarto... qué triste)

LA VENGANZA DEL RELOJ

Me acuerdo todavía… Aunque muchas cosas están confusas dentro de mi cabeza, en los breves lapsos que los sedantes no enturbian mi mente, me acuerdo de cómo terminé acá, encerrado entre cuatro paredes blancas y acolchonadas, sin la más mínima posibilidad de movimiento.
Sí, sí, era un reloj de arena, viejo, gastado, cansado del tiempo infinito. De bronce y de cristal, yo a veces miraba adentro y me imaginaba que estaba en medio de una tormenta del desierto.
Casi podía ver dentro los latigazos de las telas azules, de las hojas de palmera; podía por poco sentir el polvo que cegaba mis ojos y llenaba mis pulmones. Es tan agobiante el desierto… y tan solitario…
Había estado sobre esa repisa desde antes de lo que puedo recordar. Tuvo su momento de gloria, según me dijo mi abuelo hace ya muchísimos años, cuando los relojes eran algo muy caro y reservado a los adultos, y los chicos tenían que recurrir a esa vieja máquina de tiempo para medir la extensión de sus juegos. En ese entonces, la vieja casona de calle Balcarce estaba llena de gente, de risas, de jóvenes muchachas y muchachos, y de criadas que le daban brillo a las columnas de bronce del reloj.
Pero las cosas fueron cambiando. Los matrimonios, las muertes y la pobreza fueron vaciando la casa. Hasta que quedé yo solo. Ya no había criadas para pulir las columnas de bronce, ni niños para darle vida al cúmulo de arena. El cristal se opacó con el polvo y la suciedad. Se volvió viejo, viejo y cansado, contagiando a toda la casa de un sopor atemporal. De alguna forma lo entiendo, porque yo también me sentía así. Tendría que haber presentido lo que iba a pasar pero, a diferencia de él, yo estaba acostumbrado a la soledad y al ocio.
No sé si lo hizo por cambiar un poco las cosas, por ser original, o simplemente porque después de tantos años ya había olvidado cuál era su tarea.
Fue una de las tantas tardes en que los camiones se plantaron delante del portón de la casa con la orden de embargar cierta cantidad de muebles y objetos de valor. Nunca me importó demasiado… después de todo, siempre pude vivir con poco. Pero en esa ocasión también vino un chico, un mocoso insolente que seguramente era hijo del dueño del flete, y se dedicó a inspeccionar cada rincón de la casa mientras los últimos muebles coloniales salían por la perta.
Dio vuelta el reloj. Después de tanto tiempo, la arena volvía a formar remolinos dentro de su jaula de vidrio. Estoy seguro de haber escuchado una risita aguda y metálica, como avisándome con sorna lo que iba a hacer.
Grité y grité, pero ya era demasiado tarde: el reloj se había dado vuelta y con él, todo: los muebles, las tazas de porcelana china, los cubiertos de plata, todo caía sin remedio al techo; los sillones de terciopelo caían y se perdían en el cielo. Yo vi a los hombres del camión caer y caer hasta perderse, seguramente murieron al llegar al sol o al chocar con la luna, quién sabe.
Yo tuve mejor suerte: como estaba dentro de la casa, caí en el techo. Sin embargo, la falta de mantenimiento había hecho que un lado del cielo raso se ladeara, formando una pendiente que me hizo rodar hasta afuera. Cerré los ojos para enfrentar el vértigo que me daba caer hacia el infinito. Pero mis pulmones parecían tener vida propia: no pude dejar de gritar… siempre le tuve miedo a las alturas.
Cuando finalmente me calmé y abrí los ojos, estaba en este lugar… seguramente es una nave espacial que me rescató, a juzgar por lo extraño de este cuarto donde estoy.
Evidentemente estoy sentado en el techo pero como al igual que las paredes es acolchado y blanco, no he tenido ningún problema.
No sé por qué los astronautas se empeñan en mantenerme con vida, sé que voy a morir pronto… pero al menos me alegra que sea porque ya estoy viejo y cansado y no por la venganza de un reloj.

Una familia muy normal



Estoy desvelada. Qué excusa barata para ponerse a hablar de boludeces, ¿no?
Arriba en mi cuarto está durmiendo una de mis mejores amigas, bien por ella, porque yo estoy desvelada. Pero eso ya lo dije, creo.

La charla previa que tuvimos a mi crisis de insomnio me dejó pensando...
Cada familia es un mundo... sí, sí, ya sé, cada persona es un mundo, todos somos distintos pero todos somos iguales y todo eso... Lo que quiero decir es... ¿existe la familia perfecta?

Yo estoy en esa etapa en la que casi por decreto hay que revelarse en contra de las figuras de poder... incluidos los progenitores.
Los míos dentro de todo no fueron malos... sin embargo tuve, tengo y seguramente tendré muchas cosas para reprocharles.

¿Habrá algún hijo/a que no putee a sus padres de vez en cuando? ¿Algún padre que pueda jactarse de haber sido un buen padre (valga la redundancia)?
"Mucho tienen que hacer los padres para compensar el hecho de tener hijos." dijo Nietzche alguna vez según el Google...


¿Qué dirían mis viejos si se enteraran de todas las cosas que me hacen imperfecta? ¿De todas esas pequeñeces (y a veces no tan pequeñas) que les oculto, igual que lo hacen todos los demás adolescentes?

Me pregunto qué será de mí si algún día tengo hijos. ¿Qué tipo de madre voy a ser? ¿Seré capaz de no hacer las mismas cosas que me molestaron de mis viejos?
Y la verdad, quién soy yo para quejarme de la familia que me tocó: sí, tendré un abuelo que no habrá sido el mejor padre en sus tiempos, una familia dividida por peleas irreconciliables, un padre obsesionado con el trabajo extremadamente introvertido, una madre gritona y una hermana sobradora. Pero seguro que una gran parte de la gente que lea esto está bastante peor que yo.
Y qué estúpido se siente uno cuando después de quejarse le demuestran que las cosas por las que uno se hace problema - comparadas con las barbaridades que nos cuentan, matizadas a veces con un poco de imaginación - son una reverenda PELOTUDEZ.
A parte, con lo lindo que es hacerse el loco... ¿a quién no le divierte joder con el manicomio que es su casa?
Intentaré no colgarme y escribir más seguido para mis lectores inexistentes.

lunes, 10 de marzo de 2008

A falta de inspiración...


... pongo cosas de gente más interesante que yo, que es lo que suelo hacer. Maitena nos deja mal paradas a las mujeres: quedamos como unas frívolas, aniñadas, dependientes, locas e histéricas... ¡pero igual es una genia!
Tiene una forma de pensar muy graciosa, no siempre parecida a la mía (bue, hay que tener en cuenta que es bastante más vieja que yo) pero lo suficientemente ácida como para hacerme reír y hasta usar las pocas células grises que tengo...

Todo tiene precio. Y muchas veces, el supermercado de la vida es igual que el Carrefour: te enterás del precio cuando ya estás en caja.
Saludos.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Me pasa todo el tiempo...



Lejos de casa...

Como a veinte cuadras. Me vine a vivir a lo de una amiga por un tiempito... no tanto, no tanto. Y entre tanto mi mamá ya vio el blog así que ya no voy a poder publicar las cosas increibles que pensaba publicar. La poca gente que lea el blog se va a conformar con recomendaciones de pelis, libros y etcéteras... a lo sumo alguna movida de drogas duras o intentos de asesinato... o relatos de romances amuchados... nada muy interesante, vio...


miércoles, 27 de febrero de 2008

...

Tengo una sensación cada vez más fuerte de irrealidad. Nada, ni el sol, ni el pasto, ni mi casa ni el mundo son reales. No sé, capaz son alucinaciones o imágenes de realidad virtual o escenografía de un reality show. Lo único que sé que es real es lo que siento por algunas personas. Es de lo único de lo que estoy segura. Y de última es lo único que realmente importa.